Sólo el sonido va a durar [remix] - Forough Farrokhzad

Sólo el sonido va a durar
por qué habría de importarme
los pájaros volaron hacia el lugar de agua
la esfera es vertical
por qué habría de importarme
la ruta tenía que pasar a través de las venas
¿y no lo ves?
el lugar de cultivo de la luna no encaja
con la disposición de las células falladas.

En el ambiente del amanecer, sólo el sonido,
sólo el sonido se adherirá al quantum activo del tiempo
por qué habría de importarme
por qué.

I see a darkness - Johnny Cash



Bueno, vos sos mi amigo, te das cuenta, muchas veces anduvimos de vinos por ahí, y hablamos de cosas bien profundas, ¿alguna vez te diste cuenta de los pensamientos que tengo? bueno, sabés que quiero a todos los que conozco, posta, y sabés que me tira la vida, que no voy a soltar, pero a veces, esta cosa, algo que se opone, me empieza a ocupar espacios, es como una presión terrible que me mancha la cabeza hasta que todo se pone negro, negro. Y entonces veo esta oscuridad, no sabés cuánto te quiero, porque espero que un día de estos, me salves de esa oscuridad. Bueno espero que un día pronto, encontremos paz acá, juntos o separados, sólos o con nuestras mujeres, y podamos parar con las minas, y sonreir por adentro, y prenderle luz para siempre, y nunca irnos a dormir. Campeón, mi mejor hermano, eso no es todo lo que veo. Porque a veces ésta oscuridad...sabés cuánto te quiero, porque espero que un día de éstos me salves de esta oscuridad.

Positively 4th Street - Bob Dylan



Se te rompe la cara
si decís que sos mi amiga
cuando estuve abajo
sólo te quedaste sonriendo
se te rompe la cara
si decís que querés ayudar
cuando lo único que querés
es estar con los que ganan
decís que te decepcioné
sabés que no es así
si estás tan dolida
por qué no lo mostrás
decís que perdiste la fe
pero ahí no es donde está
no tenías ninguna fe que perder
y lo sabés bien
sé muy bien la razón
por la que hablás por atrás
antes estaba
en la multitud
que te rodea
¿de verdad te parezco tan tonto
para pensar que voy a buscar
a la que trata de esconder
lo que para empezar no sabe?
me ves en la calle
siempre parecés sorprendida
decís cómo estás, buena suerte
pero no lo sentís
buen, sabés tan bien como yo
que preferirías que esté paralizado
¿por qué no salís ahora mismo
y lo gritás?
no, no me siento tan bien
cuando veo los pollitos que abrazás
si fuera un gran ladrón
por ahí los robaría
y ahora se que no estás satisfecha
con tu posición y tu lugar
es que no entendés
que no es mi problema
me gustaría que por una vez
pudieses ponerte en mis zapatos
y por un momento
yo pueda ser vos
sí, me gustaría que por una vez
pudieses estar en mi lugar
sabrías el garrón
que es mirarte.

My Bloody Valentine - To here knows when



besá
tu miedo
tus botones rojos
se salen de mi boca
pasá el vestido
sobre tu cabeza
hace tanto tiempo
ponete arriba
porque así vos
la tocás también
girá tu cabeza
volvé
a ya sabés cuándo.

My Bloody Valentine - Loomer

En puntitas de pie
a los lugares sagrados
adonde estás yendo ahora
no mires atrás

A las nenitas
en sus vestidos de fiesta
no les gustó
nada de acá

Nenes lindos
con sus caras de sol
llevando en las manos
sus cabezas
al fondo

En puntitas de pie
a los lugares sagrados
adonde estás yendo ahora
no mires atrás

Anja Garbarek - The Diver

Parado
sobre todos nosotros
al borde
del trampolín
sonriendo y saludando
antes de dejarse caer
la salpicada pálida
mientras el agua lo envuelve
era hermoso mirarlo
tan hermoso para mirar
era probablemente
el mejor zambullidor del mundo
era
probablemente
el mejor
zambullidor
del mundo
el mejor zambullidor
del mundo
probablemente
tocando el fondo
se impulsó hacia arriba
con las dos piernas
y surcó la superficie
como un pez
la salpicada pálida
mientras el agua lo envolvía
era hermoso mirarlo
tan hermoso para mirar
me quedo bien arriba
era el mejor zambullidor del mundo
pero no podia
nadar.

Stay tuned - Anja Garbarek



Atrapado
perdido en el ruido
en algún lugar
atrapado
no puedo elegir
más que estar acá
en algún lugar
si podés escucharme
si todavía estás acá
quedate en esta vibración
queda más por venir
no empieces a buscar
voy a volver a vos
cabalgando olas
tratando de alcanzar
algún lugar
no puedo compartir
este momento
con vos
soy partículas en el aire
no podés verme
pero estoy acá
asi que si podés escucharme
si todavía estás acá
quedate cerca
queda más por venir
no empieces a buscar
quedate cerca
queda más por venir
no empieces a buscar
voy a volver a vos.

Tumbling down



Pucha que cuesta
viste cuando bajás la guardia
ahora lo entiendo, puedo ver
las cicatrices después de la tortura
como una cascarita que te arrancás
¿tengo que pelear? ¿inflar el pecho? ¿rezar?

Mi chica no para de gritar
parece un bebé
sermoneás un poco
y en seguida se viene abajo.

Voy a brindar por lo que hubo antes,
ya nos vamos a cruzar
y seguro estemos echados a perder
mirá, yo no tengo para mucho más.

Y él, sus ojos son color nicotina
lo único que cuida es su orgullo
disimula el afecto
se entrega a la confusión.

Mirala desplomarse.

Warm - Vic Chesnutt



caliente, el cuerpo es caliente
los músculos se sacuden
la postura compensa
y fría, la flecha es fría
la fricción no calienta nada
pero el punto es puro
la herida es segura
prueba y error
seguir un sol
el que tengamos va a servir
cuál es el mensaje en esos rayos gamma
que te estan penetrando
¿dicen que el final
está por llegar
o es que te dicen
olvidate del sol,
empezá a adorar
la luna?
pero lo veamos desde donde lo veamos
no puedo traducir lo suficiente
pero de cualquier manera, A o B,
está bien para mi.

The headmasters ritual - The Smiths



Fantasmas agresivos
manejan las escuelas de Lugano
cerdos cobardes
pensamiento de cemento
el señor manda la tropa
celoso de la juventud
el mismo traje del cincuenta y dos
hace el pasodoble
en mi nuca
me quiero ir a casa
no me quiero quedar
dejar la educación
como un maldito error
mitad de semana en el campito
el señor te pega en las rodillas
rodillazo en la ingle
codazo en la cara
moretones como platos voladores
me quiero ir a casa
no me quiero quedar
da da da
fantasmas agresivos
manejan las escuelas de Lugano
pendejos cobardes
todos
el señor manda la tropa
celoso
de la juventud
el mismo chiste del 76
hace el paso doble
en mi nuca
no me quiero quedar
dejar la vida
como un maldito error
déjame salir de gimnasia
me esta por venir una gripe jodida
te agarra y devora
me patea en la ducha
patea en la ducha
cuando te agarra y devora
me quiero ir a casa
no me quiero quedar
da da da

Sooner or later - Bob Dylan

No quise tratarte tan mal, no te lo tomes como si fuera algo con vos, no quería hacer que te pongas tan triste, lo que pasa es que estabas ahí, nada más. Cuando te vi saludar a tu amiga y sonreir, pensé que era sabido que en poco tiempo ibas a volver. No sabía que estabas saludando de verdad. Pero tarde o temprano, uno de nosotros tiene que saber que vos sólo hiciste lo que tenías que hacer, tarde o temprano, saber, que yo de verdad traté de acercarme. No pude ver lo que me podías mostrar, la bufanda te había escondido bien, no podía ver cómo me podías conocer pero dijiste que me conocías, y yo te creí. Cuando me hablaste al oído y me preguntaste si me iba a ir con ella o con vos, no me di cuenta de lo que escuché, o de lo joven que eras.No pude ver cuando empezó la nieve, tu voz era lo único que escuchaba, es que no pude ver adónde estabamos yendo, pero dijiste que sabías adónde ibamos a llegar, y después me dijiste, cuando te pedía perdón, que era una broma, que no eras del campo en realidad, y yo te dije, mientras me sostenías los ojos, que yo nunca quise hacerte mal. Pero tarde o temprano, alguno tiene que saber, que vos sólo hiciste lo que tenías que hacer, tarde o temprano, alguno tiene que saber, que yo de verdad traté de estar cerca tuyo.

A small good thing - Raymond Carver

Una cosa chiquita, buena.
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La mañana del sábado manejó hasta la pastelería en el Shopping. Después de ver un cuaderno de hojas sueltas con fotos de tortas pegadas a las páginas, pidió la de chocolate, la favorita del chico. La torta que eligió estaba decorada con naves espaciales y un centro de lanzamiento bajo un salpicado de estrellas blancas, y un planeta hecho de merengue rojo en la otra punta. Su nombre, Scotty, estaría en letras verdes debajo del planeta. El repostero, que era un hombre grande de cuello grueso, escuchó sin hablar cuando ella le dijo que el chico iba a cumplir ocho el otro lunes. El pastelero tenía puesto un delantal blanco que parecía una bata. Tiras pasaban por abajo de los brazos, daban la vuelta hasta atrás y después volvían al frente, donde estaban aseguradas bajo su gran panza. Se limpió las manos en el delantal mientras la escuchaba. Dejó los ojos hacia abajo, mirando las fotografías, y la dejó hablar. La dejó tomarse su tiempo. Recién había entrado a trabajar e iba a estar ahí toda la noche, horneando, y no estaba para nada apurado.
Le dio al pastelero su nombre, Ana Weiss, y su número de teléfono. La torta iba a estar lista la mañana del lunes, apenas salida del horno, con tiempo de sobra para la fiesta del chico de esa tarde. El pastelero no era muy alegre. No hubo amabilidades entre ellos, sólo el mínimo intercambio de palabras, la información necesaria. La hacía sentir incómoda, y no le gustaba eso. Mientras estaba inclinado sobre el mostrador con el lápiz en la mano, estudió sus rasgos gruesos y se preguntó si alguna vez había hecho alguna cosa en la vida además de ser pastelero. Ella era madre y tenía treinta y tres años, y le parecía que cualquiera, en especial alguien de la edad del panadero – un hombre lo suficientemente viejo como para ser su padre – debía tener hijos que hubieran pasado por esta época especial de tortas y fiestas de cumpleaños. Debía haber eso entre ellos, pensó. Pero él fue cortante con ella, no grosero, sólo cortante. Dejó de tratar de amigarse con él. Miró al fondo de la pastelería y pudo ver una tabla de madera larga, pesada, con sartenes de aluminio, para tartas, apiladas en una punta; y al lado de la tabla un contenedor de metal lleno de moldes vacíos. Había un horno enorme. Una radio pasaba música country.
El pastelero termino de imprimir la información en la tarjeta de pedido especial y cerró la carpeta. La miró y dijo – Mañana del lunes – Ella le agradeció y manejó hasta casa.



La mañana del lunes, el chico del cumpleaños estaba caminando a casa con otro chico. Estaban pasándose una bolsa de papas fritas a cada rato y el chico del cumpleaños estaba tratando de averiguar lo que su amigo iba a darle para su cumpleaños esa tarde. Sin mirar, el chico del cumpleaños bajo del cordón en una esquina y fue golpeado inmediatamente por un auto. Cayó a un costado con la cabeza en la canaleta y las piernas en la calle. Tenía los ojos cerrados, pero sus piernas se movían de acá para allá como si estuviese tratando de escalar sobre algo. Su amigo soltó las papas fritas y se largó a llorar. El auto había hecho unos treinta metros o algo así y paró en medio de la calle. El hombre en el asiento de conductor miró hacia atrás sobre su hombro. Esperó hasta que el chico se paró con dificultad sobre sus pies. El chico se tambaleó un poco. Parecía confundido, pero bien. El conductor metió el cambio y se fue.
El chico del cumpleaños no lloró pero tampoco tenía nada de nada para decir. No respondió cuando su amigo le preguntó qué se sentía que te chocara un auto. Caminó a casa, y su amigo se fue para la escuela. Pero después el chico del cumpleaños estaba adentro de la casa y le estaba contando a su mamá lo que pasó – ella sentada detrás de él en el sillón, sosteniéndole las manos sobre sus rodillas, diciendo, - Scotty, amor, ¿estás seguro de que te sentís bien, bebé? – pensando que iba a llamar al doctor igual – de repente se recostó sobre el sillón, cerró los ojos y se puso duro. Cuando no pudo despertarlo, se apuró en llegar al teléfono y llamar a su marido al trabajo. Howard le dijo que se calmase, que se calmara, y después llamó una ambulancia para el nene y él mismo se fue para el hospital.
Por supuesto, la fiesta se canceló. El chico estaba en el hospital con una leve concusión y estaba en medio de un shock. Había estado vomitando, y sus pulmones habían dejado entrar fluidos que había que bombear esa tarde. Ahora sólo parecía estar pesadamente dormido – pero no en coma, enfatizó el Dr Francis, no en coma, cuando vio la ansiedad en los ojos de los papás. A las once de la noche, cuando el chico parecía estar descansando lo suficiente después de todas las radiografías y estudios, y era sólo una cuestión de que se despierte y vuelva en sí, Howard dejó el hospital. El y Ana habían estado en el hospital con el chico desde la tarde, y el iba a ir a casa un rato para bañarse y cambiarse la ropa. – Voy a estar de vuelta en una hora – dijo. Ella hizo que sí con la cabeza. – Está bien – le dijo – voy a estar justo acá -. Él la besó en la frente y se tocaron las manos. Ella se sentó en la silla de al lado de la cama y miró al chico. Estaba esperando que se despierte y esté bien. Entonces iba a empezar a relajarse.
Howard manejó a casa desde el hospital. Cruzó las calles mojadas y oscuras muy rápido, después se rescató y bajó la velocidad. Hasta ahora, su vida había marchado suave y satisfactoriamente – la universidad, el matrimonio, otro año de universidad para el posgrado avanzado en negocios, una sociedad junior en una firma de inversiones. Ser padre. Era feliz y, hasta ahora, con suerte – sabía eso. Sus padres todavía vivían, sus hermanos y su hermana estaban establecidos, sus amigos de la universidad habían salido a tomar sus lugares en el mundo. Hasta ahí, había estado alejado de cualquier dolor real, de esas fuerzas que él sabía existían y que podían lesionar o tirar abajo a un hombre si la suerte se ponía mala, si las cosas se daban vuelta de repente. Se metió en la entrada y estacionó. La pierna izquierda le empezó a temblar. Se sentó en el auto por un minuto y trató de encarar la situación actual en forma racional. Scotty había sido atropellado por un auto y estaba en el hospital, pero iba a estar bien. Howard cerró los ojos y se pasó la mano por la cara. Salió del auto y fue hasta la puerta del frente. El perro estaba ladrando adentro de la casa. El teléfono sonaba y sonaba mientras giraba la llave de la puerta y buscaba el interruptor de la luz. No tendría que haber dejado el hospital, no tendría que haberlo hecho. – ¡Maldición! – Levantó el tubo y dijo - ¡Acabo de abrir la puerta! –
- Hay una torta acá que no pasaron a buscar – dijo la voz del otro lado de la línea.
- ¿Qué está diciendo? – preguntó Howard.
- Una torta – dijo la voz – una torta de dieciséis dólares –
Howard sostuvo el tubo contra el oído, tratando de entender. – No sé nada de una torta – dijo – Por dios, ¿de qué está hablando? –
- No me venga con eso – dijo la voz.
Howard colgó el teléfono. Fue hasta la cocina y se sirvió un poco de whisky. Llamó al hospital. Pero la situación con el chico era la misma, todavía dormía y nada había cambiado. Mientras agua llenaba la bañera, Howard se puso espuma en la cara y se afeitó. Apenas se había metido en la bañera y cerrado los ojos cuando el teléfono volvió a sonar. Se transportó afuera, agarró una toalla, y corrió por la casa, diciéndose – estúpido, estúpido – por haber dejado el hospital. Pero cuando levantó el tuvo y gritó – ¡Hola! – no hubo sonido al otro lado de la línea. Después el que llamó colgó.



Llegó al hospital poco después de la media noche. Ana todavía estaba sentada en la silla de al lado de la cama. Miró hacia arriba, hacia Howard, y después volvió a mirar al chico. Los ojos del chico estaban cerrados, su cabeza todavía cubierta de vendas. Su respiración era tranquila y regular. Desde un aparato sobre la cama colgaba una botella de glucosa con un tubito que iba de la botella al brazo del chico.
- ¿Cómo está? – dijo Howard. - ¿Qué es todo esto? – señalando la glucosa y el tubito.
- Órdenes del Dr. Francis – dijo ella – Necesita nutrición. Necesita tener fuerza. ¿Por qué no se despierta, Howard? No lo entiendo, si está bien. –
Howard puso su mano contra la nuca de ella. Hizo correr los dedos entre su pelo. – Va a estar bien. Se va a despertar en un rato. El Dr. Francis sabe lo que hace –
Después de un rato, dijo, - Por ahí te tendrías que ir a casa y descansar. Yo me quedo. Sólo no le hagas caso a este idiota que no para de llamar. Colgá en seguida. -
- ¿Quién llama? – preguntó.
- No se quién, sólo alguien que no tiene nada mejor que hacer que llamar a la gente. Vos andá. –
Ella sacudió la cabeza - No – dijo – estoy bien. -
- De verdad – dijo él. – Andá un rato a casa, y después volvé y reemplazame a la mañana. Va a estar bien. ¿Qué dijo el Dr. Francis? Dijo que Scotty iba a estar bien. No nos tenemos que preocupar, sólo está durmiendo ahora, sólo es eso -
Una enfermera empujó la puerta. Los saludó con la cabeza mientras se acercaba a un
costado de la cama. Sacó el brazo de la izquierda de debajo de las sábanas y puso los dedos en la muñeca, encontró el pulso, y después miró su reloj. En unos segundos, volvió a poner el brazo bajo las sábanas y fue hasta el final de la cama, donde escribió algo en la planilla que estaba colgando de la punta.
- Cómo ésta – dijo Ana. La mano de Howard era peso en su hombro. Podía sentir la presión de sus dedos.
- Está estable – dijo la enfermera. Después dijo, - El doctor va a volver pronto. El doctor está de vuelta en el hospital. Ya está haciendo sus rondas –
- Estaba diciendo que por ahí ella quería irse a casa y descansar un poco – dijo Howard. – después de que venga el doctor – dijo.
- Podría hacer eso – dijo la enfermera. – Creo que los dos deberían sentirse libres de hacer eso, si quieren hacerlo – La enfermera era una mujer escandinava enorme, de pelo rubio. Había como un rastro de acento en su forma de hablar.
- Vamos a ver qué dice el doctor – dijo Ana. – Quiero hablar con el doctor. No creo que tenga que dormir de esta manera. No me parece un buen signo. – Se llevó la mano a los ojos y dejó la cabeza irse un poco hacia delante. El agarre de Howard se hizo más fuerte en su hombro, y luego la mano viajó hasta su cuello, donde los dedos empezaron a amasar los músculos de ahí.
- El doctor Francis va a estar acá en unos minutos. – dijo la enfermera. Después salió del cuarto.
Howard miró a su hijo un momento, el pechito levantándose y bajando, tranquilo, abajo de las sábanas. Por primera vez desde los terribles minutos que siguieron a la llamada de Ana a su oficina, sintió un miedo de verdad que empezaba en sus piernas. Empezó a sacudir la cabeza. Scotty estaba bien, pero en vez de dormir en casa, en su propia cama, estaba en una cama de hospital con vendajes alredor de la cabeza y un tubo enchufado en el brazo. Pero esta ayuda era lo que él necesitaba en este momento.
El Dr Francis llegó y apretó la mano de Howard, a pesar de que se habían visto unas pocas horas antes. Anna se levantó de la silla. - ¿doctor? –
- Ana – dijo y movió la cabeza – primero veamos cómo está él – dijo el doctor. Fue al costado de la cama y le tomó el pulso al chico. Le levantó un párpado y después el otro. Howard y Anna se quedaron mirando desde cerca del doctor. Entonces el doctor bajó las sábanas y escuchó el corazón del chico y sus pulmones con su estetoscopio. Presionó sus dedos contra su pecho y contra el abdomen. Cuando terminó, fue hasta el final de la cama y estudió la planilla. Anotó la hora, garabateó algo y después miró a Howard y a Ana.
- doctor, cómo está – dijo Howard. – ¿qué es lo que le pasa exactamente? –
- ¿por qué no se despierta? – dijo Ana.
El doctor era un tipo de espalda ancha, atractivo, con cara bronceada. Tenía un traje de tres partes, una corbata a rayas y gemelos de marfil. Su pelo gris estaba peinado a los costados, y parecía que recién había salido de un concierto. – Él está bien – dijo el doctor. – nada para alarmarse, podría estar mejor, creo. Pero está bien. De todas formas, me gustaría que despierte. Debería despertar pronto. – El doctor miró al chico de nuevo – Vamos a saber más en un par de horas, después de que nos lleguen los resultados de algunos exámenes más. Pero él está bien, créanme, excepto por esa fisura en la cabeza. Está eso. –
- Ay no – dijo Ana.
- Y una leve concusión, como dije antes. Claro, sabemos que está en shock – dijo el doctor – a veces se ve esto en casos de shock. Este dormir. –
- ¿Pero está fuera de peligro de verdad? – dijo Howard. – antes dijo que no estaba en coma. No diría que esto es un coma, entonces ¿no, doctor? – Howard esperó. Miró al doctor.
- No, no lo llamaría un coma – dijo el doctor y miró al chico una vez más. – Sólo está profundamente dormido. Es una medida restauradora que el cuerpo toma por sí mismo. Está fuera de peligro real, podría asegurar eso, sí. Pero vamos a saber más cuando se despierte y nos lleguen los demás exámenes –
- Es un coma – dijo Ana – de algún tipo -.
- No es un coma todavía, no exactamente – dijo el doctor – No lo llamaría un coma. No todavía, por lo menos. Sufrió un shock. En casos de shock, este tipo de reacción es bastante común; es una reacción temporal al trauma corporal. Coma. Bueno, el coma es inconsciencia profunda y prolongada, algo que podría llegar a durar días, semanas incluso. Scotty no está en esa área, no hasta donde podemos saber. Estoy seguro que su condición va a mejorar en la mañana. Apuesto que va a ser así. Vamos a saber más cuando se despierte, lo que no debería tomar mucho tiempo. Por supuesto, pueden hacer lo que quieran, quedarse acá o irse a casa un rato. Pero de cualquier manera siéntanse libres de dejar el hospital por un tiempo si quieren. Esto no es fácil, lo se – El doctor le echó una mirada al nene de nuevo, mirándolo, y después se dio vuelta hacia Ana y le dijo – Tratá de no preocuparte, mamá. Creeme, estamos haciendo todo lo que se puede hacer. Ahora es sólo una cuestión de un poco más de tiempo – La saludó con la cabeza, le apretó de nuevo la mano a Howard y después salió del cuarto.
Ana puso la mano sobre la frente del chico. – Por lo menos no tiene fiebre – dijo. Después dijo – por dios, igual parece tan frío. ¿Howard? ¿se supone que tiene que sentirse así? Sentile la cabeza. –
Howard le tocó las sienes. Su propia respiración se había vuelto más lenta – creo que se supone que tiene que sentirse así en este momento - dijo – está en shock, ¿te acordás? Eso es lo que dijo el doctor. El doctor acaba de pasar. Hubiese dicho algo si Scotty no estuviera bien. –
Ana se quedó ahí un rato más, trabajándose el labio con los dientes. Después fue hasta su silla y se sentó.
Howard se sentó en la silla pegada a la silla de ella. Se miraron. Quería decir algo más y hacerla sentir mejor, pero él también tenía miedo. Le agarró la mano y la puso en sus piernas, y esto lo hizo sentirse mejor, que su mano esté ahí. Levantó la mano de ella y la apretó. Después sólo la sostuvo. Se sentaron así un rato, sin hablar y mirando al chico. De vez en cuando, el le apretaba la mano. Finalmente, ella sacó la mano.
- Estuve rezando – dijo.
Él hizo que sí con la cabeza.
Ella dijo – ya casi pensaba que me había olvidado cómo, pero me volvió. Todo lo que tenía que hacer era cerrar los ojos y decir “por favor, dios, ayudanos, ayudalo a Scotty” y después el resto era fácil. Las palabras estaban justo acá. Por ahí, si vos también rezás, - le dijo a él.
- Ya estuve rezando – dijo él – Recé a la tarde – la tarde de ayer, digo – después de que llamaste, mientras manejaba al hospital. Estuve rezando - dijo.
- Eso es bueno – dijo ella. Por primera vez, ella sintió que estaban juntos en esto, en este problema. Se dio cuenta de golpe que, hasta ese momento, esto sólo le había estado pasando a ella y a Scotty. Ella no había dejado entrar a Howard, a pesar de que él estaba ahí y lo había necesitado todo este tiempo. Se sintió contenta de ser su esposa.
La misma enferma entró y tomó el pulso del chico de vuelta, y le chequeó el flujo de la botella que colgaba sobre la cama.
A la hora, otro doctor entró. Dijo que su nombre era Parsons, de radiología. Tenía un bigote tupido. Tenía pantuflas, una camisa de vaquero y unos jeans.
- Vamos a llevarlo abajo para sacarle más placas – les dijo – necesitamos hacer más placas y queremos hacerle un escaneo –
- Qué es eso – dijo Ana. - ¿un escaneo? – Se paró entre el doctor nuevo y la cama – pensaba que habían hecho ya todas las radiografías –
- Me temo que necesitamos algunas más – dijo – nada para alarmarse. Sólo necesitamos algunas placas más y queremos hacerle una tomografía. –
- Por dios – dijo Ana.
- Es un procedimiento perfectamente normal en casos como éste – dijo este nuevo doctor. – Sólo necesitamos averiguar definitivamente por qué todavía no despertó. Es un procedimiento médico normal, y nada por lo que alarmarse. Vamos a bajarlo en unos minutos – dijo este doctor.
Poco tiempo después, dos ayudantes entraron en el cuarto con una camilla. Eran hombres de pelo negro y rasgos oscuros con uniformes blancos, y se dijeron unas pocas palabras uno al otro en un idioma extranjero mientras desconectaban al chico tubo y lo movían hasta la camilla. Después lo sacaron del cuarto. Howard y Ana se metieron en el mismo ascensor. Ana miró al chico. Cerró los ojos cuando el ascensor empezó a bajar. Los ayudantes se quedaron en cada punta de la camilla sin decir nada, aunque en algún momento uno de los hombres le hizo un comentario al otro en su idioma, y el otro respondió bajando la cabeza despacio.
Más tarde a la mañana, justo cuando el sol empezaba a aclarar las ventanas de la sala de espera afuera del departamento de rayos, trajeron al chico y lo mudaron de vuelta a su cuarto. Howard y Ana una vez más subieron con él en el ascensor, y volvieron a ocupar sus lugares al costado de la cama.



Esperaron todo el día, pero igual el chico no despertó. De vez en cuando, alguno de ellos dejaba el cuarto para ir abajo a la cafetería a tomar café y entonces, como si de repente hicieran memoria y se sintieran culpables, se levantaban de la mesa y corrían al cuarto. El doctor Francis volvió esa tarde y examinó al chico una vez más, y después se fue luego de decirles que la cosa se estaba encaminando y que ahora podía despertar en cualquier momento. Enfermeras, enfermeras diferentes de la noche anterior, entraban de vez en cuando. Entonces una mujer joven del laboratorio golpeó y entró en el cuarto. Tenía puestos unos jogging blancos y una blusa blanca y tenía una bandejita de cosas que puso en la mesa de al lado de la cama. Sin decirles nada, sacó sangre del brazo del chico. Howard cerró los ojos mientras la mujer encontraba el lugar correcto en el brazo del chico y hacía entrar la aguja en él.
- No entiendo esto -, le dijo Ana a la mujer.
- órdenes del doctor – dijo la chica. – Hago lo que me dicen. Dicen sacale a este, yo le saco. Igual, ¿qué le pasa? Es un dulce. –
- Lo atropelló un auto – dijo Howard – lo atropelló y huyó –
La mujer sacudió la cabeza y miró de vuelta al chico. Después agarró la bandeja y salió del cuarto.
- ¿Por qué no se despierta? – dijo Ana – Howard, quiero sacarle respuestas a estas personas. -
Howard no dijo nada. Se sentó de nuevo en la silla y cruzó una pierna sobre la otra. Se refregó la cara. Miró a su hijo y luego se recostó sobre la silla, cerró los ojos y se fue a dormir.
Ana caminó hasta la ventana y miró afuera, al estacionamiento. Era de noche, y los autos entraban y salían del estacionamiento con las luces encendidas. Se quedó en la ventana con sus manos agarradas al borde, y supo en su corazón que estaban adentro de algo ahora, algo difícil. Estaba asustada, y los dientes le empezaron a temblar hasta que enderezó la mandíbula. Vio a un auto grande parar frente al hospital y alguien, una mujer en un abrigo largo, se metió en el auto. Deseó ser ese mujer y que alguien, cualquiera, estuviese llevándola lejos de ahí hasta otro lugar, un lugar donde encontraría a Scottie esperándola cuando ella bajase del auto, listo para decir Mamá y dejar que ella lo levante en sus brazos.
Al poco tiempo Howard despertó. Miró al chico de nuevo. Después se levantó de la silla, se estiró y fue hasta la ventana para estar cerca de ella. Los dos miraron el estacionamiento. No dijeron nada. Pero parecían sentir cada uno el interior del otro ahora, como si la preocupación los hubiese hecho transparentes de una forma completamente natural.
La puerta se abrió y el doctor Francis entró. Tenía un traje diferente, y ésta vez tenía una corbata. Su pelo gris estaba peinado a los costados de su cabeza, y se veía como recién afeitado. Fue derecho a la cama y examinó al chico – Ya debería haber salido de esto. No hay ninguna buena razón para esto - dijo – pero puedo decirles que estamos todos convencidos de que está fuera de peligro. Es sólo que nos vamos a sentir mejor cuando despierte. No hay razón, absolutamente ninguna razón, por la que no debiera recuperarse. Muy pronto. Uh y va a tener un dolor de cabeza tremendo cuando pase, pueden tener en cuenta eso. Pero todos sus signos están bien. Son lo más normales que pueden ser. –
- ¿Es un coma, entonces? – dijo Ana.
El doctor se frotó la suave mejilla. – Le vamos a decir así por ahora, hasta que despierte. Pero ustedes deben estar destruidos. Esto es difícil. Se que es difícil. Siéntanse libres de salir un poco – dijo – les haría bien. Voy a poner una enfermera acá mientras ustedes no están si los haría sentir mejor acerca de irse. Vayan y consíganse algo de comer. –
- No podría comer nada – dijo Ana.
- Hagan lo que necesiten hacer, claro – dijo el doctor. – de todas maneras, quería decirles que todos los signos están bien, los tests salen negativos, no apareció nada, y apenas se despierte ya habrá pasado el peligro –
- Gracias, doctor – dijo Howard. Le estrechó la mano de nuevo. El doctor le dio una palmada en el hombro y salió.
- Supongo que uno de nosotros debería ir a casa y ver cómo va todo – dijo Howard – Para empezar Slug necesita que lo alimenten –
- Llamá a alguno de los vecinos – dijo Ana – Llamá a los Morgan. Cualquiera al que le pidas va a alimentar un perro –
- Bueno – dijo Howard. Después de un rato, dijo, - linda, ¿por qué no lo hacés vos? ¿por qué no vas a casa y ves cómo va todo, y volvés? Te va a hacer bien. Yo voy a estar acá mismo con él. De verdad. – dijo – tenemos que acumular fuerza para esto. Vamos a querer estar acá un rato, incluso después de que despierte. –
- ¿Por qué no vas vos? – dijo. – Alimentalo a Slug. Alimentate vos –
- Yo ya fui – dijo – me fui exactamente una hora y quince minutos. Vos andá a casa una hora y refrescate. Después volvé. –
Trató de pensarlo, pero estaba demasiado cansada. Cerró los ojos e intentó pensarlo otra vez. Después de un rato, dijo – por ahí voy a ir a casa algunos minutos. Por ahí si no estoy sentada acá mirándolo cada segundo, él se va a despertar y va a estar bien. ¿Sabés? Por ahí se va a despertar si no estoy acá. Voy a ir a casa y me voy a dar un baño y me voy a poner ropa limpia. Voy a alimentar a Slug. Después voy a volver. –
- Voy a estar justo acá – dijo él. – Vos andá a casa, linda. Yo me quedo viendo qué pasa acá. – Sus ojos estaban chicos y llenos de sangre, como si hubiese estado tomando mucho tiempo. Su ropa estaba arrugada. Su barba había vuelto a salir. Ella tocó su cara, y después sacó la mano. Entendió que el quería estar sólo por un rato, no tener que hablar o compartir su preocupación por un tiempo. Levantó la cartera de la mesita de noche y él la ayudó a ponerse el saco.
- No voy a tardar mucho – dijo ella.
- Sólo sentate y descansá un ratito cuando llegues a casa – dijo él. – Comé algo. Pegate un baño. Después de que salís del baño, sentate un ratito y descansá. Te va a hacer un montón de bien, vas a ver. Después volvé. – le dijo – tratemos de no preocuparnos. Escuchaste lo que dijo el doctor Francis –
Ella se paró ahí, con el saco puesto, durante unos minutos, tratando de recordar las palabras exactas del doctor, buscando matices, alguna pista de algo detrás de las palabras que no se lo que había dicho. Trató de recordar si su expresión había cambiado algo cuando se inclinó para examinar al chico. Se acordó de la forma en que sus rasgos se habían ordenado mientras levantaba los párpados del chico y escuchaba su respiración.
Fue hasta la puerta, se dio vuelta y miró hacia atrás. Vio al chico, y después al padre. Howard movió la cabeza. Salió del cuarto y cerró la puerta.
Pasó por la estación de enfermeras y hasta el fondo del pasillo, buscando el ascensor. Al final del pasillo, dio vuelta a la derecha y entró en una pequeña sala de espera donde una familia negra estaba sentada en unas sillas de mimbre. Había un hombre de mediana edad con una remera y unos pantalones caqui, una gorra levantada sobre la cabeza. Una mujer grande, que tenía puesto un vestido de entrecasa y unas pantuflas, estaba esparcida en una de las sillas. Una chica adolescente en jeans, el pelo hecho trenzas, estaba tirada en una de las sillas fumando un cigarrillo, sus piernas cruzadas en los tobillos. La familia miró a Ana mientras entraba en el cuarto. La mesita estaba sucia de papeles de hamburguesas y copitas de plástico.
- Franklin – dijo la mujer grande mientras se levantaba – ¿es algo de Franklin? – Los ojos se le agrandaron – dígame ahora, señora – dijo la mujer. – ¿Es por Franklin? – Estaba tratando de levantarse de la silla, pero el hombre había cerrado su mano sobre el brazo de ella.
- Calma, calma – dijo él - Evelyn –
- Perdonen – dijo Ana – estoy buscando el ascensor. Mi hijo está en este hospital, y ahora no puedo encontrar el ascensor –
- El ascensor está por allá al fondo, doble a la izquierda – el hombre dijo mientras señalaba con el dedo.
La chica bajó el cigarrillo y miró a Ana. Sus ojos estaban reducidos a tajitos, y sus labios gruesos se separaron despacio mientras dejaba escapar el humo. La mujer negra dejó caer la cabeza en su hombro y dejó de mirar a Ana, ya sin interés.
- Mi hijo fue atropellado por un auto – le dijo Ana al hombre. Parecía necesitar explicarse. – Tuvo una concusión y una pequeña fisura de cráneo, pero va a estar bien. Está en shock ahora, pero por ahí es una especie de coma, también. Eso es lo que de verdad nos preocupa, la parte del coma. Voy a salir un ratito, pero mi esposo está con él. Por ahí se despierte cuando no estoy -
- Qué mal – dijo el hombre y se movió en la silla. Sacudió la cabeza. Miró hacia abajo, a la mesita, y después volvió a mirarla a Ana. Todavía estaba ahí. Él dijo – Nuestro hijo Franklin está en la mesa de operaciones. Alguien lo acuchilló. Trató de matarlo. Hubo una pelea donde estaba. Esta fiesta. Dicen que él sólo estaba parado mirando. Sin molestar a nadie. Pero eso no significa nada hoy en día. Ahora está en la mesa de operaciones. Estamos sólo esperando y rezando, es todo lo que podemos hacer ahora – La miró de forma sostenida.
Ana volvió a mirar a la chica, que todavía la miraba a ella, y a la mujer más grande, que mantuvo la cabeza baja, pero que tenía los ojos cerrados. Ana vio los labios moverse en silencio, haciendo palabras. Sentía el impulso de preguntarle cuáles eran esas palabras. Quería hablar más con estas personas que estaban metidas en la misma espera que ella. Estaba asustada, y ellos estaban asustados. Tenían eso en común. Le hubiera gustado decir algo más acerca del accidente, decirles más de Scotty, que había pasado el día de su cumpleaños, lunes, y que todavía estaba inconciente. Aún así no sabía cómo empezar. Se quedó mirándolos sin decir nada más.
Bajó por el pasillo que le había indicado el hombre y encontró el ascensor. Esperó un minuto frente a las puertas cerradas, todavía preguntándose si estaba haciendo lo correcto. Entonces estiró el dedo y apretó el botón.




Se metió en la entrada y apagó el motor. Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el volante por un minuto. Escuchó los ruidos secos que hacía el motor mientras se empezaba a enfriar. Después salió del auto. Podía escuchar el perro ladrando dentro de la casa. Fue hasta la puerta de adelante, que estaba sin llave. Entró y prendió las luces y puso una pava de agua para el té. Abrió un poco de comida para perros y alimentó a Slug en el patio de atrás. El perro daba mordisquitos hambrientos. Entraba a la cocina para ver que ella se iba a quedar. Mientras se sentaba en el sillón con el té, el teléfono sonó.
- ¡Sí! – dijo al responder – ¡Hola! -
- Señora Weiss – dijo la voz de un hombre. Eran las cinco de la mañana, y pensó que podía escuchar una maquinaria o equipos de algún tipo en el fondo.
- ¡Sí, sí! ¿qué pasa? – dijo ella – Ésta es la señora Weiss. Es ella. ¿Qué es lo que pasa, por favor? – Escuchó lo que sea que había en el fondo - ¿Pasa algo con Scotty por dios? –
- Scotty – dijo la voz de hombre – es acerca de Scotty, sí. Tiene que ver con Scotty, ese problema. ¿es que se olvidó de Scotty? – dijo el hombre. Después colgó.
Marcó el número del hospital y pidió hablar con el tercer piso. Exigió información acerca de su hijo de la enfermera que respondió el teléfono. Después pidió hablar con su marido. Era, dijo, una emergencia.
Esperó, dando vuelta el cable del teléfono entre sus dedos. Cerró los ojos y se sintió mal del estómago. Iba a tener que obligarse a comer. Slug entró del patio de atrás y se tiró cerca de sus pies. Movía la cola. Le apretó la oreja mientras le lamía los pies. Howard estaba en línea.
- Alguien llamó recién – dijo. Estranguló el cable del teléfono. – dijo que se trataba de Scotty – gritó.
- Scotty está bien – le dijo Howard – digo, todavía duerme. No hubo cambios. La enfermera pasó dos veces desde que te fuiste. Una enfermera o un doctor. Está bien. –
- Llamó este tipo. Dijo que era algo de Scotty – le dijo ella.
- Amor, descansá un poco, necesitás descansar. Debe ser el mismo tipo que me llamó a mi. Olvidate. Venite para acá después de descansar. Entonces vamos a desayunar o algo –
- Desayunar – dijo ella – No quiero desayunar nada –
- Sabés lo que digo – dijo él – jugo, algo. No sé. No se nada, Ana. Por dios, yo tampoco tengo hambre. Ana, es difícil hablar ahora. Estoy acá en la recepción. El doctor Francis va a volver a las ocho de la mañana. Va a tener algo que decirnos, algo más definido. Eso es lo que dijo una de las enfermas. No sabía más que eso. ¿Ana? Linda, por ahí vamos a saber algo más en ese momento. A las ocho. Venía antes de las ocho. Mientras tanto, yo estoy acá y Scotty está bien. Está igual. – agregó.
- Estaba tomando una taza de té – dijo ella – cuando sonó el teléfono. Dijeron que era acerca de Scotty. Había un ruido de fondo. ¿Había ruido de fondo cuando te llamaron a vos, Howard? -
- No me acuerdo – dijo él – Por ahí es el conductor del auto, por ahí es un psicópata y averiguó algo de Scotty de alguna forma. Pero estoy acá con él. Vos descansá como ibas a hacer. Pegate un baño y volvé a las siete, más o menos, y le vamos a hablar juntos al doctor cuando llegue. Va a estar todo bien, linda. Estoy acá, y hay doctores y enfermeras alrededor. Dicen que su condición es estable. –
- Estoy muy asustada – dijo ella.
Hizo correr el agua, se desvistió y se metió en la bañera. Se lavó y se secó rápido, sin tomarse el tiempo de lavarse el pelo. Se puso ropa interior limpia, unos pantalones de lana, y un sweater. Entró en el living, donde la miró el perro y dejó que su cola golpee una vez el piso. Apenas estaba empezando a haber luz afuera cuando salió hasta el auto.
Entró al estacionamiento del hospital y encontró un lugar cerca de la puerta principal. Sintió que era en alguna forma responsable por lo que había pasado con el chico. Dejó que sus pensamientos se movieran hasta la familia negra. Ella recordaba el nombre Franklin y la mesa tapada de papeles de hamburguesa, y la chica mirándola mientras bajaba el cigarrillo. – No tengas hijos – le dijo a la imagen de la chica mientras entraba por la puerta del hospital – No tengas hijos, por dios –



Tomó el ascensor hasta el tercer piso con dos enfermeras que estaban empezando el turno. Era la mañana del miércoles, unos minutos antes de las siete. Hubo un llamado para el doctor Madison al abrirse las puertas del ascensor en el tercer piso. Salió después de las enfermeras, que doblaron en otra dirección y siguieron la conversación que ella había interrumpido cuando se metió en el ascensor. Caminó por el pasillo hasta la piecita en la que la familia negra había estado esperando. Ya no estaban, pero las sillas estaban desparramadas de forma que parecía que las personas habían saltado de ellas hacía un minuto. La superficie de la mesa seguía poblada de las mismas copas y papeles, el cenicero repleto de colillas de cigarrillo.
Paró en la estación de enfermeras. Una enfermera estaba parada detrás del mostrador, peinándose el pelo y bostezando.
- Había un chico negro, lo estaban operando anoche – dijo Ana. – su nombre era Franklin. Su familia estaba en la sala de espera. Me gustaría saber su condición -
Una enfermera que estaba sentada en un escritorio detrás del mostrador buscó en una planilla frente a ella. El teléfono sonó y levantó el tubo, pero siguió mirando a Ana.
- Falleció – le dijo la enfermera del mostrador. La enfermera sostuvo el cepillo y siguió mirándola - ¿sos amiga de la familia o qué? -
- Conocí anoche a la familia – dijo Ana – mi hijo también está en el hospital. Creo que está en shock. No sabemos bien qué está mal. Sólo me preguntaba por Franklin, eso es todo. Gracias. – Se movió por el pasillo. Las puertas de los ascensores, del mismo color que las paredes, se abrieron y un tipo chupado, pelado, con pantalones blancos y zapatos blancos empujó un carrito pesado afuera del ascensor. No había visto estas puertas la noche anterior. El hombre empujó el carrito hasta el pasillo y paró frente al cuarto más cercano al ascensor, consultó una planilla. Después metió la mano abajo y sacó una bandeja del carrito. Golpeó despacio la puerta y entró en el cuarto. Podía oler el aroma desagradable de la comida caliente mientras pasaba por al lado del carrito. Se apuró sin mirar a ninguna de las enfermeras y empujó la puerta del cuarto del chico.
Howard estaba en la ventana con las manos en la espalda. Se dio vuelta justo cuando ella entraba.
- ¿cómo está? – dijo ella. Fue hasta la cama. Soltó la cartera en el piso, al lado de la mesita de luz. Le parecía que había estado afuera mucho tiempo. Le tocó la cara al nene. - ¿Howard? -
- El doctor Francis estuvo acá hace un ratito – dijo Howard. Ella lo miró atentamente y pensó que sus hombros estaban un poco cerrados hacia adelante.
- Pensé que no iba a venir hasta las ocho de la mañana – soltó ella.
- Había otro doctor con él. Un neurólogo. –
- Un neurólogo. – dijo ella.
Howard hizo que sí con la cabeza. Sus hombros se estaban cerrando, podía verlo. – Qué dijeron, Howard. Por dios, qué dijeron, qué pasa –
- Dijeron que lo iban a bajar y hacerle algunos exámenes más, Ana. Piensan que van a operar, amor. Linda, van a operar. No pueden entender por qué no se levanta. Es algo más que un shock o una concusión, saben eso ahora. Es algo en su cráneo, la fractura, tiene algo, algo que ver con eso, piensan eso. Así que van a operar. Traté de llamarte, pero supongo que ya habías salido de casa. -
- Ay, dios – dijo ella – ay por favor, Howard, por favor – dijo ella agarrándole los brazos.
- Mirá – dijo Howard – ¡Scotty! ¡Mirá, Ana! – la hizo mirar la cama.
El chico había abierto los ojos, después los había cerrado. Ahora los abría de nuevo. Los ojos miraron derecho, hacia delante, por un minuto, después se movieron despacio en su cabeza hasta que llegaron a Ana y a Howard, después se perdieron de nuevo.
- Scotty – dijo su madre, acercándose a la cama.
- Ey, Scott – dijo el padre. – Ey, hijo –
Se inclinaron sobre la cama. Howard tomó la mano del chico entre sus manos y empezó a acariciar y a estrujar la mano. Ana se inclinó sobre el chico y le besó la frente una y otra vez. Puso sus manos a cada lado de su cara. – Scotty, mi amor, son mamá y papá – dijo ella. – ¿Scotty? –
El chico los miró, pero sin signos de reconocerlos. Entonces su boca se abrió, sus ojos se arrugaron hasta cerrarse, y exhaló hasta que no tuvo más aire en los pulmones. Ahí su cara pareció relajarse y volverse más blanda. Sus labios se separaron mientras su última respiración viajó por su garganta y salió suave entre los dientes cerrados.



Los doctores lo llamaron una obstrucción oculta y dijeron que era una situación de una por millón. Tal vez si hubiese sido detectada de alguna forma, y la operación llevada a cabo inmediatamente, podrían haberlo salvado. Pero probablemente no. De todas formas, ¿Qué podrían haber buscado? No había aparecido nada en los exámenes y en las placas.
El doctor Francis estaba turbado. – No puedo decirles lo mal que me siento. Lo siento tanto, no puedo decirles cuánto – dijo mientras los hacía entrar en la sala de doctores. Había un doctor sentado en la silla, con sus piernas enganchadas en el respaldo de otra, mirando uno de esos programas de televisión de la mañana. Tenía puesto un uniforme verde de partero, pantalones verdes sueltos y una remera verde, y una gorra verde que le cubría el pelo. Miró a Howard y a Ana y después al doctor Francis. Se levantó y apagó la tele y salió de la sala. El Dr. Francis guió a Ana hasta el sillón, se sentó al lado de ella, y empezó a hablar con una voz suave, consolante. En algún punto, se acercó y la abrazó. Ella podía sentir el pecho de él subiendo y bajando parejo contra su hombro. Mantuvo los ojos abiertos y lo dejó abrazarla. Howard entró en el baño, pero dejó la puerta abierta. Después de un violento ataque de llanto, hizo correr el agua y se lavó la cara. Luego salió y se sentó en la mesita en la que estaba el teléfono. Miró el teléfono tratando de decidir qué hacer primero. Hizo algunas llamadas. Después de un tiempo, el doctor Francis usó el teléfono.
- ¿Hay algo más que pueda hacer por ustedes por ahora? – les preguntó.
Howard sacudió la cabeza. Ana miró al doctor como si no pudiera comprender sus palabras.
El doctor los acompañó a la puerta del hospital. Había gente entrando y saliendo del hospital. Eran las once de la mañana. Ana era conciente de cuán despacio, casi negándose, movía sus pies. Le parecía que el doctor Francis los estaba haciendo irse cuando ella sentía que tenía que quedarse, cuando era más lo que se debía hacer, quedarse. Le echó una mirada al estacionamiento y después se dio vuelta justo enfrente del hospital. Empezó a negar con la cabeza. – No, no – decía – no puedo dejarlo acá, no – Se escuchó decir eso y pensó en cuán injusto era que las únicas palabras que salieran fueran el tipo de palabras usadas en los programas de televisión donde las personas eran golpeadas por muertes repentinas o violentas. Quería que sus palabras fueran suyas. – No – dijo, y por alguna razón le vino el recuerdo de la cabeza de la mujer negra meciéndose en el hombro de la mujer. – No – dijo de vuelta.
- Te voy a hablar más tarde en el día – le estaba diciendo el doctor a Howard. – Todavía hay algunas cosas que tienen que hacerse, cosas que tienen que aclararse para nuestra satisfacción. Algunas cosas que necesitan explicarse. -
- Una autopsia – dijo Howard.
El doctor Francís asintió.
- Entiendo – dijo Howard. Después dijo, - ufh, dios. No, no entiendo, doctor. No puedo, no puedo, simplemente no puedo -
El doctor Francis puso su brazo sobre los hombros de Howard. – Lo siento, dios, lo siento tanto – Soltó los hombros de Howard y le extendió la mano. Howard miró la mano y después la apretó. El doctor Francis volvió a abrazar a Ana. Parecía lleno de cierta bondad que ella no podía entender. Dejó descansar la cabeza en sus hombros, pero sus ojos quedaron abiertos. No dejaba de mirar el hospital. Mientras salían del estacionamiento en el auto, ella miró hacia atrás, al hospital.




En casa, se sentó en el sillón con sus manos en los bolsillos del abrigo. Howard cerró la puerta del cuarto del chico. Prendió la cafetera y encontró una caja vacía. Había pensado levantar algunas de las cosas del chico que estaban desparramadas por el living. Pero en vez de eso se sentó al lado de ella en el sillón, empujó la caja a un costado, y se recostó hacia delante, con los brazos entre las rodillas. Empezó a llorar. Ella metió la cabeza en el regazo de él y le acarició el hombro. – Se fue – dijo ella. Seguía dándole golpecitos en el hombro. Sobre el llanto de él, podía escuchar la cafetera silbando en la cocina. – Bueno, bueno – le dijo con ternura – Howard, se fue. Se fue y ahora vamos a tener que acostumbrarnos a eso. A estar solos –
Al ratito, Howard se levantó y empezó a moverse sin sentido alrededor del cuarto con la caja, sin poner nada adentro, pero juntando algunas cosas en el piso, en una punta del sillón. Ella siguió sentada con sus manos adentro de los bolsillos del saco. Howard bajó la caja y trajo el café al living. Más tarde, Ana llamó a familiares. Después de que cada llamada había sido hecha y los demás hubiesen respondido, Ana largaba unas palabras y lloraba un minuto. Después explicaría con calma, en una voz medida, lo que había pasado, y les decía los arreglos que se habían hecho. Howard sacó la caja al garage, donde vió la bicicleta del chico. Soltó la caja y se sentó en el pavimento al lado de la bicicleta. Agarró la bicicleta de forma extraña, como para que le quede pegada al pecho. La sostuvo, el pedal de goma presionándole el pecho. Hizo girar la rueda.
Ana colgó el teléfono después de hablar con su hermana. Estaba buscando otro número cuando el teléfono sonó. Lo levantó la primera vez que sonó.
- Hola – dijo ella, y escuchó algo en el fondo, algo que zumbaba. - ¡hola! – dijo – ¡Por dios! – dijo – ¿quién es, qué es lo que quiere? -
- Tu Scotty, lo tengo listo para vos – dijo la voz de hombre – ¿te olvidaste de él? –
- ¡Bastardo, maldito! – le gritó al tubo – ¿cómo podés hacer esto, maldito? ¡hijo de puta! -
- Scotty – dijo el hombre – ¿te olvidaste de Scotty? – después el tipo le colgó.
Howard escuchó los gritos y la encontró con la cabeza apoyada entre los brazos, sobre la mesa, llorando. Levantó el tubo y escuchó el tono del teléfono.


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Mucho después, justo antes de la medianoche, después de que se encargaron de varias cosas, el teléfono volvió a sonar.
- Contestá vos – le dijo – Howard, es él, lo se – Estaban sentados en la mesa de la cocina con café frente a ellos. Howard tenía un vaso chico de whiskey al lado de la taza. Contestó la tercera vez que sonó.
- Hola – dijo. - ¿Quién es? ¡Hola! ¡Hola! – la línea se cortó. - Colgó – dijo Howard. – quien sea que era –
- Era él – dijo ella – Ese hijo de puta. Me gustaría matarlo – dijo – Me gustaría dispararle y mirarlo patalear – dijo.
- Ana, por dios – dijo él.
- ¿Pudiste escuchar algo? – le dijo ella – ¿en el fondo? ¿algún ruido, maquinaria, algo zumbando? –
- La verdad nada. Nada así. – dijo él – no hubo mucho tiempo. Creo que había música de radio. Sí, había una radio prendida, es todo lo que puedo decir. No se qué carajo está pasando – dijo él.
Sacudió la cabeza. – Si pudiera, si pudiera ponerle las manos encima – Entonces se dio cuenta. Sabía quién era. Scotty, la torta, el número de teléfono. Empujó la silla lejos de la mesa y se levantó. – Llevame al shopping – dijo – Howard. –
- ¿Qué estás diciendo? –
- El Shopping. Se quién está llamando. Ya se quién es. Es el pastelero, el hijo de puta del pastelero, Howard. Le hice preparar una torta para el cumpleaños de Scotty. Es él el que llama. Él es el que tiene el número y sigue llamándonos. Para acosarnos con lo de la torta. El pastelero, ese bastardo. -


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Manejaron hasta el Shopping. El cielo estaba claro y habían salido las estrellas. Estaba frío, y prendieron el calentador del auto. Estacionaron frente a la pastelería. Todos los negocios y las tiendas estaban cerradas, pero había autos en el fondo del estacionamiento, frente a los cines. Las ventanas de la pastelería estaban oscuras, pero cuando miraron a través del vidrio pudieron ver una luz en el cuarto del fondo, y, de vez en cuando, un hombre grande en un delantal moviéndose hacia adentro y hacia afuera de la luz blanca, pareja. A través del vidrio, ella podía ver los cajones de exhibición y unas mesitas con sillas. Trató con la puerta. Golpeó el vidrio. Pero si el panadero los escuchó, no dio señales de eso. No miró en esa dirección.
Manejaron alrededor de la panadería y estacionaron. Salieron del auto. Había una ventana iluminada demasiado alta para que pudieran ver adentro. Un cartel cerca de la puerta de atrás decía: PASTELERÍA LA DESPENSA, PEDIDOS ESPECIALES. Podía escuchar apenas una radio prendida adentro y algo chirriar – ¿una puerta de horno que bajaba? Golpeó la puerta y esperó. Entonces volvió a golpear, más fuerte. Le bajaron el volumen a la radio y hubo un sonido raspado, el sonido claro de algo, de un cajón, siendo abierto y cerrándose.
Alguien le sacó la llave a la puerta y la abrió. El panadero estaba parado en la luz y los miraba desde adentro. – Está cerrado – dijo - ¿qué quieren a esta hora? Es medianoche. ¿están borrachos o algo así? –
Ella se metió en la luz que caía a través de la puerta abierta. El cerró y abrió esas pestañas pesadas que tenía mientras la reconocía. – Es usted – dijo.
- Soy yo – dijo ella – la madre de Scotty. Este es el padre de Scotty. Nos gustaría pasar. -
El panadero dijo – estoy ocupado ahora, tengo trabajo. –
De todas formas ella ya había pasado por la entrada. Howard entró después de ella. El panadero se movió hacia atrás. – Huele como una pastelería acá adentro. ¿No huele como una pastelería acá, Howard? –
- ¿Qué quieren? – dijo el panadero – ¿Por ahí quieren su torta? Es eso, decidieron que quieren la torta. Pidieron una torta, ¿no? -
- Sos bastante inteligente para ser pastelero – dijo ella – Howard, este es el hombre que estuvo llamándonos. – Apretó los puños. Lo miró con furia. Había algo que se quemaba muy hondo en ella, un enojo que la hacía sentir más grande que ella, más grande que cualquiera de estos hombres.
- Esperen un poco – dijo el pastelero - ¿quieren llevarse su torta de hace tres días? ¿es eso? No quiero discutir con usted, señora. Está ahí, por allá, desperdiciándose. Se la doy por la mitad de lo que arreglamos. No. ¿la quiere? Puede llevársela. No me sirve, no le sirve a nadie ahora. Me costó tiempo y dinero hacer esa torta. Si la quiere, ok, si no la quiere, eso está bien también. Tengo que volver a trabajar. – Los miró y apretó la lengua contra sus dientes.
- Más tortas – dijo ella. Ella sabía que tenía el control de eso que estaba creciéndole adentro. Estaba en calma.
- Señora, trabajo dieciséis horas por día en este lugar para ganarme la vida – dijo el pastelero. Se limpió las manos en el delantal – trabajo día y noche acá, tratando de llegar a fin de mes – Una mirada cruzó la cara de Ana que hizo que el pastelero retrocediera y dijera – no quiero problemas – Alcanzó el mostrador y levantó un rodillo con su mano derecha y empezó a golpearlo contra la palma de su otra mano. - ¿quiere o no quiere la torta? Tengo que volver a trabajar. Los panaderos trabajamos de noche. – dijo de vuelta. Sus ojos eran chiquitos, malvados, pensó ella, casi perdidos en la carne rosada que le rodeaba los cachetes. El cuello de él era muy grueso, por la gordura.
- Ya se que los panaderos trabajan de noche – dijo Ana – también hacen llamadas de noche. Bastardo. – dijo ella.
El panadero siguió golpeando el rodillo contra su mano. Miró a Howard. – Cuidado, con cuidado – le dijo a Howard.
- Mi hijo está muerto – le dijo con una intención fría, certera. – lo atropelló un auto la mañana de lunes. Estuvimos esperando con él hasta que murió. Pero, claro, no se podía esperar que usted supiera eso, ¿no? Los pasteleros no pueden saber todo, ¿no, señor pastelero? Pero está muerto ¡está muerto, hijo de puta! – De la misma forma repentina en que la había llenado, la furia se apagó, le dio lugar a otra cosa, una sensación de mareo, de náusea. Se inclinó sobre la mesa de madera que estaba salpicada de harina, se puso las manos en la cara, y empezó a llorar, sus hombros moviéndose de atrás hacia delante. – No es justo – dijo ella – No es, no es justo -
Howard le puso la mano en la espalda y miró al pastelero. – Debería tener vergüenza – le dijo – ¡vergüenza! –
El panadero puso el rodillo de vuelta en el mostrador. Se sacó el delantal y lo tiró sobre el mostrador. Los miró y después sacudió la cabeza despacio. Acercó una silla desde abajo de la mesita cubierta de papeles y recibos, de una calculadora, y una guía de teléfonos. – Por favor, siéntense – dijo – déjeme conseguirle una silla - le dijo a Howard. – Siéntese, por favor – El pastelero fue hasta el frente del lugar y volvió con dos sillitas de hierro. – Por favor, gente, siéntense –
Ana se limpió los ojos y miró al panadero – quería matarlo – le dijo – quería que esté muerto –
El panadero había liberado un lugar para ellos en la mesa. Corrió la calculadora a un costado, con las pilas de facturas y recibos. Sacó la guía de la mesa, que cayó al piso y aterrizó con un ruido sordo. Howard y Ana se sentaron y acercaron sus sillas hasta la mesa. El pastelero también se sentó.
- Déjenme decirles cuánto lo siento – dijo el pastelero, apoyando los codos sobre la mesa – sólo dios sabe cuánto lo siento. Escúchenme. Soy sólo un pastelero. No digo ser más que eso. Tal vez en algún momento, tal vez hace muchos años, era otro tipo de ser humano. Me olvidé, no lo sé exactamente. Pero ya no soy así, si es que alguna vez fui de esa manera. Ahora soy sólo un pastelero. Eso no me da excusas para haber hecho lo que hice, lo sé. Pero realmente lo siento mucho, lo siento por su hijo, y lo siento por mi parte en todo esto. – dijo el pastelero. Puso las manos sobre la mesa y las dio vuelta para mostrar las palmas. – Yo mismo no tengo hijos, así que apenas puedo imaginar lo que están sintiendo. Todo lo que puedo decir es que lo siento. Perdónenme, si es que pueden – dijo el pastelero. – No soy un hombre malvado, no lo creo. No maldito, como dijo en el teléfono. Tienen que entender que a lo que llega esto es que ya no se bien cómo actuar, me parece. Por favor, - dijo el hombre – déjenme preguntarles si pueden encontrar en sus corazones perdonarme -
Estaba cálido adentro de la panadería. Howard se paró de la mesa y se sacó el saco. Ayudó a Ana a salir de su abrigo. El pastelero los miró un minuto y después hizo que sí con la cabeza y se levantó de la mesa. Fue hasta el horno y apagó algunos interruptores. Encontró unas tazas y sirvió café de una cafetera eléctrica. Puso un cartón de crema en la mesa, y un tazón de azúcar.
- Probablemente necesiten comer algo – dijo el panadero – Espero que coman algunas de mis facturas. Tienen que comer y seguir. Comer es una cosa buena, chiquita en un tiempo como éste. – dijo.
Les sirvió facturas calientes de canela justo salidas del horno, la cubierta todavía derretida. Puso manteca en la mesa y cuchillos para untar la manteca. Entonces el pastelero se sentó en la mesa con ellos. Esperó. Esperó hasta que cada uno agarró un rollo de la bandeja y empezó a comer. – Es bueno comer algo – dijo, mirándolos. – Hay más. Llénense. Coman todo lo que quieran. Acá adentro están todas las facturas del mundo. –
Comieron los rollos y tomaron café. Ana estaba hambrienta de repente, y los rollos estaban calientes y dulces. Comió tres, lo que hizo feliz al panadero. Después empezó a hablar. Lo escucharon con atención. Aunque estaban cansados y angustiados, escucharon lo que el pastelero tenía para decir. Asintieron cuando el panadero empezó a hablar de la soledad, del sentido de duda, y limitaciones que le habían llegado con su mediana edad. Les dijo lo que había sido para él no haber tenido hijos durante todo este tiempo. Repetir los días con los hornos interminablemente llenos e interminablemente vacíos. La comida para fiestas, las celebraciones para las que había trabajado. La cobertura pesada. Las parejitas chiquitas pegadas a las tortas. Cientos de esas, no, miles a esta altura. Cumpleaños. Tan sólo imaginen esas velas quemándose. Tenía un oficio necesario. Era un panadero. Estaba feliz de no ser florista. Era mejor alimentar a las personas. Este olor era siempre mejor que el de las flores.
- Huela esto – dijo el panadero, abriendo desde el centro una rodaja oscura. – Es un pan pesado, pero rico – Lo olieron, después les hizo probarlo. Tenía el sabor de la melaza y a cereales salvajes. Lo escucharon. Comieron lo que pudieron. Tragaron el pan oscuro. Era como luz de día debajo de las tiras fluorescentes de luz. Siguieron hablando hasta temprano en la mañana, el alcance brillante, pálido, de la luz en las ventanas, y no pensaron en irse.

Watching the wheels - John Lennon



/la gente dice que estoy loco por hacer lo que estoy haciendo, me tiran todo tipo de alarmas para salvarme de la ruina cuando digo que estoy bien bueno me miran algo raro seguro que no
sos feliz ahora ya no estás jugando el juego la gente dice que soy un vago soñandome la vida
bueno me dan todo tipo de consejos diseñados para iluminarme cuando les digo que estoy bastante bien viendo sombras en la pared dicen no te pierdas la oportunidad te sacaron la pelota yo sólo estoy acá viendo las ruedas girar posta que me gusta verlas girar ya no me subo más sólo había que soltar a! personas con preguntas perdidas en la confusión bueno les digo que no hay problema, sólo soluciones bueno ellos sacuden la cabeza y me miran como si estuviera mal les digo que no se apuren que solo estoy sentado haciendo tiempo sólo estoy sentado viendo las ruedas girar posta que me gusta verlas girar ya no me subo más sólo había que soltar/

Жизнь, Жизнь - Arseny Tarkovsky

1

No creo en los presagios ni temo a las
señales. No huyo de la mentira
o el veneno. La muerte no existe.
Todos somos inmortales. Todo también lo es.
No tiene sentido temerle a la muerte a los diecisiete,
ni a los setenta. Sólo hay acá y ahora, y luz;
ni la muerte ni la oscuridad existen.
Ya estamos en la costa;
soy uno de esos que va a arrastrar las redes
cuando un cardumen de inmortalidad pase.


2

Si vivís en una casa - la casa no se va a caer.
Voy a invocar cualquier siglo,
después entrar en uno
y construir una casa adentro.
Por eso es que sus hijos, sus esposas
se sientan conmigo en la mesa -
lo mismo para los ancestros y los nietos:
El futuro se está llevando a cabo ahora,
si levanto un poco mi mano,
los cinco rayos de luz se van a quedar con vos.
Cada día usaba mi clavícula
para apuntalar el pasado, como con madera,
medía el tiempo con cadenas geodéticas
y marchaba a través de él, como si fuera montañas.


3

Tallé esta era para que me calze.
Caminabamos hacia el sur, levantando polvo sobre la estepa;
el pasto alto humeaba, los grillos bailaban,
pegando sus antenas a las herraduras - y profetizaban,
amenazándome con la destrucción, como monjes.
Até mi destino a la silla;
e incluso ahora, en los tiempos que vienen,
me paro en los estribos como un chico.

Estoy satisfecho con esta falta de muerte,
con que mi sangre corra de época en época.
E igual por un rincón de calor en el que soltarme
tranquilo hubiese dado toda mi vida,
cuando sea que su aguja en vuelo
me arrastrase, como un hilo, alrededor
del planeta.

1950 [Vida, vida]

For Tess - Raymond Carver

Afuera en el estrecho las olas rompen prematuras,
como dicen acá. Está agitado, y estoy contento,
...no estoy afuera. Contento de haber pescado todo el día
en Morse Creek, peleando con una Daredevil roja, tirando
una y otra vez. No saqué nada. Ni una mordida,
ni siquiera una. Pero estuvo bien. ¡Estuvo genial!
Llevé el cuchillo de tu padre y me siguió un rato
un perro
que su dueño se llamaba Dixie.
A veces estaba tan feliz que tenía que dejar de pescar. Alguna vez me acosté en la orilla con los ojos cerrados,
escuchando el sonido que hacía el agua,
y al viento en las copas de los árboles. El mismo viento
que sopla en el estrecho, pero diferente también.
Por un rato hasta me dejaba imaginar que había muerto.
Y eso estaba bien, al menos
por algunos minutos, hasta que de verdad caía: Muerto.
Mientras estaba ahí con mis ojos cerrados,
justo después de haber imaginado cómo sería,
si de verdad no me levantara más, pensé en vos.
entonces cerré los ojos, me levanté ahí nomás
y volví a ser feliz.
Te estoy agradecido, como verás. Te lo quería decir.

Christmas Card From A Hooker In Minneapolis - Tom Waits



Ey, negro, estoy embarazada
y vivo en Celina
arriba de una librería de viejo
pasando la autopista
y dejé de tomar merca
y dejé de tomar vino
y mi chico toca el trombón
y trabaja en el tren
y dice que me quiere
aunque no sea su bebé
y me dice que lo va a criar
como si fuera su hijo
y me dio un anillo
que lo usaba su madre
y me lleva a bailar
todos los sábados
a la noche
y che, negro, pienso en vos
siempre que paso una estación de servicio
por toda la grasa
que usabas para peinarte
y todavía tengo ese disco
de sandro y los del fuego
pero alguien me robó el equipo
¿qué te parece?
ey, negro, casi me vuelvo loca
después de que lo agarraron a Mario
volví a Jujuy
a vivir con mis viejos
pero todos los que conocía
estaban muertos o en la cárcel
entonces volví para Celina
y esta vez, creo, me voy a quedar.
Ey negro, me parece que soy feliz
por primera vez desde mi accidente
y me gustaría tener toda la plata
que nos gastabamos en merca
me compraría un lugar de autos usados
y no vendería ninguno
sólo me subiría a un auto diferente cada día
dependiendo de cómo
me levantara.
Che negro,
por dios
¿querés saber
la verdad?
No tengo marido
no toca el trombón
y necesito plata
para pagarle a este abogado
y negro, ey,
me van a dar condicional
vení
para el día
de los enamorados.